El arzobispo de Tucumán, monseñor Carlos Sánchez, encabezó esta mañana el tradicional Tedeum por los festejos del 9 de julio, en un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia, en la Iglesia Catedral donde brindó su homilía. Sánchez fue estuvo acompañado por el obispo auxiliar Roberto Ferrari.
Al acto religioso acudieron el gobernador, Juan Manzur, junto a su esposa, Sandra Mattar Sabio; el vicegobernador, Osvaldo Jaldo, acompañado por su esposa, Ana María Grillo y ministro de Cultural de la Nación, Tristán Bauer, participaron esta mañana del tradicional Tedeum por los festejos del 9 de julio, en un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia.
Además del Gobernador actual y del futuro Primer Mandatario, estuvieron presentes el intendente de San Miguel de Tucumán, Germán Alfaro, junto a la senadora Beatriz Ávila; el ministro del Interior, Miguel Acevedo; la diputada nacional, Rossana Chahla; el presidente de la Corte Suprema de Justicia de Tucumán, Daniel Leiva; miembros del Gabinete provincial; representantes de los poderes legislativo y judicial, funcionarios de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán; intendentes, delegados comunales, miembros de las fuerzas de seguridad y fuerzas armadas de la Nación.
También estuvieron presentes representantes de distintas colectividades religiosas: el padre Juan Manuel Alurralde de la Iglesia Ortodoxa del Patriarcado de Antioquía; el rabino Salomón Nussbaum de la Sociedad Unión Israelita Kehilá de Tucumán; Héctor Benjamín Mohammad, presidente de la Sociedad Cultural y Culto Panislámico de Tucumán y Ruth Verónica Pereira de la Iglesia de Jesús Cristo de los Santos de los Últimos Días.
El arzobispo, Sánchez, ponderó los valores patrios que impulsaron a los próceres a concretar la gesta de la independencia: “Hoy, como hace 207 años nos reunimos para dar gracias a Dios por habernos constituido pueblo independiente, nación soberana”.
HOMILIA TE DEUM DEL 9 DE JULIO DE 2023
¡Feliz día de la Independencia Argentina!
¡Feliz día de la Patria!
¡Bendecido Domingo!
Queridos hermanos:
Hoy, como hace 207 años nos reunimos para dar gracias a Dios por habernos constituido Pueblo Independiente, Nación soberana. ¡Gracias, Señor por tu amor!
También damos gracias al Señor por estos 40 años de democracia ininterrumpida. ¡A Ti, Señor, te alabamos y te damos gracias!
A la vez, venimos a suplicarle al Señor por nuestra querida Patria Argentina, por todos nosotros. Que Dios ilumine la mente de los que nos gobiernan, dejándose guiar por el Espíritu Santo, discerniendo con prudencia y decidiendo con valentía lo más conveniente para el bien de todos y cada uno de los argentinos; contando con el compromiso y honestidad de todos los ciudadanos, para que se afiancen la fraternidad, la concordia y la justicia, y así podamos gozar de prosperidad y de paz, como rezamos al inicio de esta celebración.
Hoy nuevamente venimos a decir: Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos… Le rogamos a Jesucristo, el Hijo de Dios que ha asumido nuestra realidad humana y que ha experimentado en carne propia la pobreza, el sufrimiento, el abandono, la injusticia…
A él que sabe de humanidad le decimos: “Jesucristo, Señor de la Historia te necesitamos. Nos sentimos heridos y agobiados…”
No hace falta describir la situación que sufren tantos tucumanos y argentinos, está a la vista de todos; hermanos pobres, sin lo necesario para vivir, marginados, excluidos…, en situación de extrema vulnerabilidad y denigración de su dignidad, muchas veces presa de violencia, adicciones, manipulación, desesperanza, angustia y al borde de la muerte… Desde la tierra de la Declaración de la Independencia Argentina volvemos a clamar: “Jesucristo, Señor de la Historia te necesitamos. Nos sentimos heridos y agobiados, precisamos tu alivio y fortaleza”
Y Jesús nos responde en el Evangelio de hoy que acabamos de escuchar: “Vengan a mí, los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mateo 11,28-30)
Antes que nada, volcar nuestros sufrimientos, aflicciones en Jesús, que cargó nuestros dolores y soportó nuestros sufrimientos. En Él encontramos alivio, esperanza, consuelo y compasión. Pero a la vez nos pide que carguemos su yugo. Para caminar juntos y trabajar por el bien de todos, vivamos el mandamiento del Señor: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. Aprendiendo de Él a vivir con paciencia y humildad, con entrega compasiva y misericordiosa para con todos, latiendo al mismo ritmo del corazón de Cristo que entregó su vida por amor.
Jesucristo, Señor de la Historia te necesitamos. Queremos ser Nación. Una Nación para todos, con una Argentina fraterna y solidaria, pacificada y reconciliada. Que el Señor de la Historia nos conceda su gracia y fortaleza para madurar una fraternidad auténtica, con gestos solidarios tanto del sector público como del privado. La Argentina sólo va a crecer con el esfuerzo, la unidad y la solidaridad de todos los argentinos.
En este día miramos la Casa Histórica de la declaración de la Independencia. La casa de doña Francisca Bazán de Laguna, la casa de familia que se convirtió en la casa de todos, casa del encuentro, el diálogo, la deliberación y la búsqueda del bien común…
En aquél 1816 los congresales determinaron que la forma de gobierno debía ser representativa, republicana y federal.
Volvemos a contemplar la Casa Histórica donde se juró la Independencia, como símbolo que nos invita a ser más que habitantes y a constituirnos en ciudadanos comprometidos con la construcción del bien común, capaces de integrarnos como único pueblo.
Crecer en el sentido de pertenencia a este Pueblo Argentino, con sus valores, significa aire de familia, projimidad en la comunidad, experiencia histórica de pueblo.
En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como multitud arrastrada por las fuerzas dominantes. Nosotros somos Pueblo…
Escuchamos en la primera lectura bíblica de hoy, “…ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado” (1Pedro.2, 9-10)
Necesitamos seguir creciendo como Pueblo, superando la condición de mera multitud…
• Como multitud, cada uno lleva escondido el propio misterio, muchas dificultades o miserias y los proyectos más insólitos. En la multitud, la persona queda borrada, su verdadera identidad se oculta.
• La multitud es el refugio secreto donde cada uno puede disimular, esconder lo que lleva dentro, lo mejor y lo peor. La enfermedad de la multitud es el desconocimiento, el anonimato y la indiferencia. Siendo así la multitud cae muy fácilmente en manos de prácticas demagógicas, presiones indebidas, como el clientelismo y la dádiva, que desvirtúan su profundo significado y degradan la cultura cívica y la dignidad personal.
Lamentablemente seguimos siendo cautivos de estas prácticas en nuestra sociedad y que fuimos testigos últimamente. Que no se naturalicen esta clase de opresiones…
En cambio, la democracia es un sistema que promueve la dignidad de la persona humana y se sustenta en la realidad de ser pueblo.
Convertirse en pueblo es ser parte de una cultura común. Significa compartir valores y proyectos que conforman un ideal de vida y convivencia. Es exponerse, descubrirse, comunicarse y encontrarse. Significa también dejar circular la vida, la simpatía, la ternura y el calor humano.
Ser pueblo significa crecer en sentido de pertenencia, «el ser ciudadano fiel es una virtud, y la participación en la vida política es una obligación moral»[EG.180].
Convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía, nos dice el Papa Francisco. (cf. EG.220).
Jesucristo, Señor de la Historia. Queremos ser una Nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común.
Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz.
Necesitamos pasar de una democracia representativa a una democracia participativa, con la correspondiente pluralidad, no dejando a nadie afuera; afrontando las deudas pendientes de la democracia.
Es importante recrear la política y el ejercicio del poder en clave de servicio para que nuestra democracia, basada siempre en la soberanía popular y en la división de poderes, sea auténtica y representativa de los intereses del pueblo. El poder siempre es servicio, de lo contrario, se corrompe.
Sabemos el descrédito que tiene en nuestra sociedad la clase política. Hay algunos hermanos que cuestionan el sistema democrático, pero no debemos claudicar, es el marco y estilo de vida que hemos elegido tener. Pero necesitamos verdaderos pasos de conversión.
Por eso es importante, para seguir defendiendo la democracia educar en el auténtico civismo, en los verdaderos valores de la democracia como servicio al bien común, la recuperación de la ética social, la legalidad y la moral pública, para que el sistema democrático pueda defenderse de los males que hoy la desprestigian.
No hay plena democracia sin inclusión e integración. Esta es una responsabilidad de todos, en especial de los dirigentes. El Papa Francisco nos lo recuerda, diciendo: «Quien tiene los medios para vivir una vida digna, en lugar de preocuparse por sus privilegios, debe tratar de ayudar a los más pobres para que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su potencial humano, cultural, económico y social». (29 de noviembre de 2015).
La democracia alcanza su pleno desarrollo cuando todos asumen el bien común como intención primera de su obrar. El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad. Ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su realización y desarrollo.
El bien común exige dejar de lado actitudes que ponen en primer lugar las ventajas, porque impulsa a la búsqueda del bien de los demás como si fuese el bien propio. Todos tienen derecho a gozar de condiciones equitativas de vida social.
La responsabilidad de edificar el bien común compete en primer lugar al Estado, porque es la razón de ser de la autoridad política: «El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión, de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos. Necesitamos un Estado activo, transparente, eficaz y eficiente. Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales» (Cf. Compendio de DSI 168-169).
Construir una vida democrática de inclusión e integración requiere el compromiso de todos. Por eso, es indispensable procurar consensos fundamentales que se conviertan en referencias constantes para la vida de la Nación, y puedan subsistir más allá de los cambios de gobierno.
Jesucristo, Señor de la historia. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda. Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor. Es una necesidad institucionalizar las necesarias políticas públicas para el crecimiento de toda la comunidad. Instalarlas requiere la participación y el compromiso de los ciudadanos, ya que se trata de decisiones que no deben ser impuestas por un grupo, sino asumidas por cada uno, mediante el camino del diálogo sincero, respetuoso y abierto. Nadie puede pensar que el engrandecimiento del país sea fruto del crecimiento de un solo sector, aislado del resto.
Por eso, en el pasado mes de abril, los obispos de Tucumán, miembros de la Pastoral social y de Mesa de diálogo hemos convocado a un espacio de encuentro con los candidatos a gobernador y vice de la provincia, hemos dialogado y manifestado la grave preocupación por una serie de situaciones que afectan el bien de todos y cada uno.
Fruto de ese encuentro fue la firma desde los diversos ámbitos de responsabilidad social de un Acta Compromiso para trabajar de forma conjunta, poniendo todo nuestro empeño en salir de esta crisis y hacer más digna la vida de cada uno y de la sociedad. Hemos suscrito lineamientos fundamentales e irrenunciables sobre políticas públicas:
Lucha contra la pobreza y la exclusión, contra la corrupción y la impunidad, contra el narcotráfico y la inseguridad. Acceso de todos a la salud y al agua potable, a la educación integral y al trabajo digno. El cuidado del medio ambiente. La ética y la transparencia en la cosa pública; la austeridad en la gestión del Estado y le cambio en el sistema electoral.
Estas decisiones de encuentro, diálogo y compromiso por el bien común nos llena de la alegría de la esperanza que no defrauda. Nunca nos dejemos robar la alegría ni la esperanza. Somos un Pueblo que siempre se ha levantado de muy severas crisis.
Tú nos convocas, aquí estamos, Señor. Con nuestro esfuerzo, sacrificio y entrega generosa y como lo hicieron los congresales de 1816: “Los representantes, sin embargo, consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, la de los pueblos representados y la de toda la posteridad …así lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama” (Acta de la Declaración de la Independencia)
Hoy desde Tucumán volvemos a proclamar: Argentina, canta y camina. E invitamos a todos los argentinos a gritar: Argentina canta y camina… Seguros de la presencia maternal de la Virgen María que nos acompaña con su ternura maternal en lo extenso de nuestra querida Patria, Luján, Itatí, la Merced, del Valle, del Milagro, del Carmen. Bajo su protección y amparo ponemos a todos los argentinos.